Un estruendo abrumó a todo el grupo, nos miramos confundidos, asustados, pero nadie se atrevió a decidir no entrar, el guía nos miró y levantando la vos nos invitó a seguir; el lugar era pintoresco, innovador; las ruinas de una casa de la colonia que había sido intervenida para unir el presente con el pasado de la ciudad de Bogotá. Todos estábamos atónitos, yo tenía los pensamientos dispersos entre el miedo y el asombro; la música de fondo alegraba la atmósfera, cada rincón nos traía de regreso a la realidad, al presente, estábamos en Colombia, Bogotá, en un Walking tour; mientras que otro estallido nos volvió a llevar hasta nuestro más profundo terror; nos imaginamos todo lo malo que habíamos escuchado de Colombia; mi cuerpo quería salir corriendo, mi mente se preguntaba —¿porque este guía nos había traído aquí; para qué?— Antes que mi cabeza me siguiera sumiendo en ese laberinto de preguntas; el guía nos invitó por el pasillo hasta el fondo del lugar, subimos unos escalones que daban hasta el patio, después de pasar por varios salones; los truenos se hacían más fuertes pasando cada escalón hasta llegar al patio; pero también la música de instrumentos que se escuchaba nos hacía prever una especie de celebración; un hombre pequeño con cerveza en mano fue el primero en recibirnos y dijo:
—¡llegaron los gringos!
Las personas que nos vieron llegar; nos invitaron a participar sin pensarlo ni un segundo, el guía nos ubicó en una mesa, dos chicos y yo nos acercamos al tumulto. El mismo hombre que nos recibió con cerveza en mano, un poco borracho, nos introdujo al grupo:
—¿de donde nos visitan? —preguntó el borracho—
—from London; and they are from france, —le contesté—
Nos dio una cerveza a cada uno y a jugar. Mientras una mujer se encorvaba a la vez que balanceaba un pequeño disco metálico en su mano derecha, para lanzarlo desde una distancia de unos 7 metros; nuestro anfitrión nos explicada las reglas al detalle, en un inglés cada vez más fluido por el Efecto del alcohol; la joven soltó con fuerza calculada el tejo metálico, que fue volando directamente hasta aterrizar en una plancha de arcilla, con un aro metálico; en donde reposaban las cargas de pólvora que al ser golpeadas por el disco estallaban.
—sigues tu inglés; — me dijo el pequeño sujeto—
Todos aplaudiendo decían:
—¡mecha, mecha!
Tome un trago de cerveza, agarré un disco de los más grandes, me acerque a la pista de lanzamiento, respire y pregunté:
—cómo se llama este juego?
—el deporte nacional colombiano; ¡se llama tejo! —respondieron en coro—
—¡ahora será un inglés el rey del tejo! —les contesté—
Tomé la posición adecuada que copié de los colombianos mientras estuve allí; pedí que aplaudieran cada vez más rápido mientras meneaba la pieza metálica, al sentir el momento indicado, enfocado en el papel rosado que reposaba en el anillo en la caja de barro que estaba frente de mí, la lance; fue todo en cámara lenta; el resto de mi grupo estaban atentos, al estrellar se liberó un fuego, seguido de un estruendo gigante que junto al grito de:
—¡moñona carajo! —que soltaron los locales—
Se escucharon en todo el lugar, los viajeros que estaban junto al guía saltaron de la emoción, relajados por la cerveza y la compañía de los anfitriones comenzaron a disfrutar del walking tour en Bogotá.
Por. Fredy Calderón